miércoles, 31 de octubre de 2007

Ni peces ni nada

(Según Ruth Ni panes ni peces)



Era domingo y tenía la nevera vacía, bueno, si no contamos al hongo de aquella lata de tomate, que se negaba a pagar el alquiler del piso, por lo que lo amenazamos con limpiar el frigo y llenarlo de alimentos sanos y nutritivos.
Eso, que era festivo y todo estaba cerrado, con lo que la situación se agravaba, dado que mi capital no me daba para calmar mi hambre, ni para un suculento menú 3 del chino de al lado de casa. Así que, ni corto ni perezoso, me decidí a pedir al vecino un poco de pan, que vive solo y siempre le sobra, para hacer sopas en aceite virgen extra, que encontré en un cajón de la mesita de noche del alemán que compartía piso con el hongo y conmigo; con la mala suerte de que ese día, a mi vecino el que vive solo y siempre le sobra el pan, le tocaba ser anfitrión en la reunión mensual de los tipos a los que sus novias habían dejado en época de exámenes, y claro, con la pena se habían comido todo el pan, que como se dice, ellas con él son menos. Entonces le pregunté que si sabía dónde era la reunión de las tipas que habían dejado a sus novios en época de exámenes, que seguro que ellas tenían algo de sobra, pero dando muestras de no tener ni pizca de educación me cerró la puerta en las narices. No me extraña que te dejara tu novia, tío sieso.
El plan era encontrar a las chicas, y haciendo uso de mi encanto natural, rapiñear algunas sobras, como esas galletitas, princesitas, o algo de ese estilo que seguro no habían acabado, porque ellas no tenían penas que alimentar.
Le pregunté a un taxista por la reunión, a ti te lo voy a decir, me contestó el agonías; una pareja de vírgenes se descojonó como respuesta a mi pregunta, en qué están pensando estos dos pavos; un anciano se ofreció a acompañarme en mi búsqueda, pero abuelo, si no tiene usted dientes para las princesitas. En fin, nadie tenía ni idea de dónde se habían metido, así que pensando en la nevera vacía, excepto por el amigo del alemán que compartía piso conmigo, y en la reacción tan desagradable del vecino que vive solo, que no come lo suficiente, me vi realmente perdido y sin posibilidad de llevarme nada a la boca.
Cuando hacía el camino de vuelta a casa pensando en lo asqueroso que era ese domingo, sin pan, sin dinero, sin las tipas que habían dejado a sus novios en época de exámenes, de pronto veo en una calle larga y estrecha como ese día, un pelotón de indigentes que hacían cola a la puerta de algún sitio con puerta. Me acerqué, coño, un comedor, el Sagrado corazón del Cristo del Huerto y los Panes, ésta es la mía. Pedí la vez, y le pregunté a quien me precedía en la fila que qué daban hoy de comer, bocadillo de caballas en aceite, cómo me voy a poner, y lo mejor era que me lo podía llevar a casa y evitar así la molesta compañía de estos tipos sucios y que olían tan mal que nada tenían que ver conmigo, y mira aquélla que apenas tiene dientes, qué desagradable.
Uno a uno se iban apoyando en la pared a comerse sus bocatas de caballas, ya me toca. Cuál fue mi reacción al oír de la boca de esa señora perfumada, con sus dientes blancos y perfectos, que yo no podía hacer uso de ese servicio social y caritativo con esas zapatillas nike, pero si no son mías señora, son del alemán que vive conmigo y con el otro; quería que le mostrara algún documento donde se expusiera mi indigencia y mi necesidad de mendigar, pero me había dejado la libreta del banco en casa. Entonces mi estómago le habló a la señora muy clarito, mire usted, si no me da algo de comer aquí se va a liar, y rugió cual animal furioso de hambre. Pero no había manera, si no tenía documento de mendicidad ella no podía hacer nada, pero si tengo más hambre que todos estos mendigos juntos, le dije, pero ya estaba repartiendo bocadillos y no me escuchaba.
Así que me fui de allí blasfemando y gritando que odiaba a cáritas, y más aún a aquellos indeseables que se comían todos mis bocadillos de caballas en aceite vegetal.
Cuando llegué a casa, derrotado y con un agujero en la tripa, encontré al alemán y al hongo muertos en la cocina. Pasó lo que tenía que pasar, el alemán intentó comerse al hongo y éste luchó con todas sus fuerzas hasta la muerte, de ambos.
Me lavé las manos y puse una sartén con aceite virgen extra a calentar en la hornilla.


Granada S. 21 junio ‘03

2 comentarios:

t A T u dijo...

Me fascinan tus cuentos, de verdad me fascinan...

Antonio Alonso dijo...

gracias tatu por tu cumplido...