viernes, 19 de octubre de 2007

No hay necesidad sin palabras o El silencio

Iván marcaba la diagonal del rectángulo que era su patio; apoyado contra la pared, en el suelo, sus piernas señalaban la hipotenusa.
Su hermana entra y lo ve con un cuaderno sobre las rodillas, escribe; se detiene y levanta la cabeza, mucho, hasta que sus ojos asoman por debajo de la visera del sombrero.
Hay mucho viento, no para de barrer con el dorso de la mano la arenilla que cae sobre el papel; todo se tambalea, toallas, plantas, hasta la luz de la lamparilla que tiene junto al cuaderno.
Algo le tiene envuelto en pensamientos, quiere esparcirlos por el papel para dormir solo esa noche.
¿Es su diario? Es igual, su hermana no va a preguntarle, se da media vuelta y lo deja allí apartando granos de playa.

Es mediodía, Iván todavía duerme. Su hermana entra en la habitación y lo observa desde la puerta que ha abierto de par en par. En el suelo, junto a la cama, duerme también la libreta, que abraza al lápiz; éste lleva horas queriéndose levantar. Ahora no deja de mirar el cuaderno, y el lápiz. Es igual, se va.
Sigue soplando el viento esa noche; es un curioso, entra y sale de todos los agujerillos, no le hace ascos a nada, y silba, también entra en la boca de Iván, le hace escupir arena.
Qué está escribiendo, qué dirá en esas páginas; su hermana no lo sabe, pero tampoco le pregunta. Iván se esconde de nuevo en su sombrero y barre un poco el cuaderno; su hermana se va a la cama.

Es muy temprano, pero lleva ya rato sentada en el suelo, junto al cuaderno, que está junto a la cama, sobre el que pende la mano de Iván, casi acariciando el lápiz.
Su hermana mira de reojo aquella letra minúscula, pero no la lee, qué se lo impide, él duerme.

Cesó el viento; no había arena, Iván no escupió ni una sola vez, tampoco escribió ninguna palabra. Esa noche no alzó la vista en busca de los otros ojos; ella supo que lloraba, lo supo por su quietud.

Cuando su hermana despertó y fue a la estancia de Iván sólo estaba su cuaderno. Qué la frenaba ahora, podría averiguar lo que le rondaba a Iván, descifrar el misterio de tantas noches a oscuras. El lápiz la echó de allí y no pudo más que irse.
Volvió el viento a ocupar todo el derredor de Iván, pero como esa noche no tenía la libreta consigo no le importaba la arena; sólo escupía de vez en cuando.
Su hermana sólo podía mirar ahora el cigarro que sustituía al lápiz, antes de apagarlo ya se había acostado.

Por la mañana no estaba Iván, no estaba su cuaderno, tampoco se veía el lápiz por ninguna parte.
Antes de anochecer su hermana se sentó en el patio a esperarlo. No llegó antes de que se fuera a la cama.

Cuando despertó, Iván la observaba sonriendo desde los pies de la cama; la besó y salió de la habitación.

Barbate. 30 Mayo 2003

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